Las lágrimas que se convierten en esos detalles que nos orlan, los sentimientos que nos hacen cada vez más humanos, la fuerza de un sacrificio y esas cosas que nos hacen grandes, sólo hay que dejarse llevar un poquito por eso que todos tenemos por ahí y que dicen que se llama alma.
A cada cuerda que Zimbo cortaba,
el Titiritero notaba como se rompían
los hilos que tensaban su alma.
el Titiritero notaba como se rompían
los hilos que tensaban su alma.
Hay lazos que deben romperse para que otros ―como los que construye el afecto― no se rompan nunca. Esta historia emotiva tanto en la prosa lírica de Arturo Abad, como en las evocadoras ilustraciones de Joanna Concejo profundiza en lo doloroso que resulta dejar marchar a las personas que uno quiere.
Irse y dejar ir nada tiene que ver con dejar de querer. Arturo Abad sitúa al lector a ambos lados del espejo y ofrece una visión ecuánime de la situación. De este modo, conmueve por igual, tanto con la tristeza que genera la falta de libertad al muñeco de cedro Zimbo, como con la aflicción que le provoca al Titiritero la marcha de a quien estima como un hijo y que desearía que permaneciese siempre a su lado.
Es fácil comprender la frustración y la apatía de Zimbo por su actual vida: carente de autonomía e independencia. Las posibilidades de desplazamiento y conocimiento están limitadas por los hilos y por el manejo que hace el Titiritero de ellos. Esto le impide disfrutar plenamente de su particular microcosmos y de conocer lugares, gente nueva y poder experimentar por sí mismo.
Arturo Abad logra que el lector comparta con Zimbo estos anhelos, aunque la privación de libertad provenga de la jaula de oro que suponen los cuidados y el cariño del Titiritero. Este hecho refuerza el carácter valiente y de héroe del protagonista, que podría elegir una existencia cómoda, donde todo le es regalado, sin esfuerzos y preocupaciones.
Una situación vivida por héroes mitológicos, como Ulises con la bella ninfa Calipso, una referencia literaria y una actitud vital que no es casual por parte del autor y que ya adelanta en la hermosa dedicatoria: Para mi hermana Penélope, que prefirió dejar de coser y emprender la búsqueda de Ítaca.
De igual manera, el lector se emociona con la situación del que es abandonado. El texto traslada con tacto y ternura el abatimiento del Titiritero para quien cada una de sus criaturas de madera son esos hijos que un padre desea que no crezcan nunca y permanezcan bajo su mimo y cuidado (los hilos), a riesgo no solo de sobreprotegerlos, sino de impedir su felicidad.
Este personaje, lejos de parecernos un carcelero, despierta empatía por su capacidad de anteponer los deseos de quien quiere a los suyos y saber ponerse en el lugar del otro. Fórmula muy predicada, pero de difícil ejecución:
El Titiritero sintió su pecho estremecer. —¡No puedo darte eso! –protestó.
Pero las afligidas pupilas de Zimbo lo miraron desde la profundidad del escenario y el Titiritero recordó que lo más difícil para ser feliz es descubrir qué deseas.
Pero las afligidas pupilas de Zimbo lo miraron desde la profundidad del escenario y el Titiritero recordó que lo más difícil para ser feliz es descubrir qué deseas.
En este caso, lo bello de la generosidad del Titiritero no reside únicamente en que acepte la independencia de Zimbo, sino que se preste a colaborar. “La historia nació cuando en una conversación surgió la frase si yo fuese una marioneta, me cortaría los hilos. Me encantó la imagen de una marioneta cuyo único anhelo sea conseguir unas tijeras para liberarse. De ahí, se derivó a la metáfora del padre que sufre el proceso de aceptar la independencia de los hijos y de participar también en ella, lo que es aún más duro”, admite con cariño hacia sus personajes Arturo Abad.
Una dulzura reforzada por el mimo y delicadeza con los que Joanna Concejo da vida a estos personajes. Ilustraciones, como todas las suyas, cargadas de poesía que acompañan a la perfección a la prosa rítmica del escritor.
“Estaba deseando volver al blanco y negro, mi técnica favorita por su carácter sencillo, natural y evidente”, apunta con entusiasmo la ilustradora polaca que cuenta en OQO con trabajos premiados como Humo (White Raven 2009) y Cuando no encuentras tu casa.
Al igual que en las otras dos colaboraciones con OQO, Joanna Concejo vuelve a dibujar con lápiz, una preferencia que atribuye a que, aunque pueda parecer "pobre", el resultado es “más potente” y las imágenes “tienen mucha más fuerza dramática”.
Como es habitual en sus trabajos, reserva el color para los momentos más felices del libro. Así, cuando Zimbo ―a quien Joanna Concejo también describe como un “héroe”― se siente libre es cuando se produce "una explosión de color”, al corresponderse con el momento “culminante” del relato.
El color permanecerá después en pequeños “toques” o pinceladas para remarcar la todavía presencia del protagonista: “sus ideas permanecen para dar esperanza a los que se quedan”, de la misma forma que este álbum nos la da a todos los que disfrutamos de su lectura.
Gracias por mostrarme este historia ;)
ResponderEliminarGracias a Joanna Concejo y Arturo Abad por mostrársela al mundo.
ResponderEliminarSaludos y gracias por tu visita.