miércoles, 30 de enero de 2013

CUENTOS DE LA PERIFERIA

Shaun Tan. BFE.

Cuentos de la periferia

Cuando lo otro irrumpe en lo cotidiano y lo tiñe de colores nuevos y sorprendentes.

La aparente monotonía de un barrio residencial en las afueras de una ciudad cualquiera es el escenario perfecto para que sucedan los hechos más extraordinarios: un búfalo enorme nos indicará el camino, el estudiante extranjero nos dejará un recuerdo imborrable y podremos seguir a un buzo misterioso que ha aparecido de golpe a quilómetros de distancia de la costa…
15 historias formidables nos ofrecen una muestra más del inagotable imaginario de Shaun Tan, que despliega sus recursos gráficos y narrativos para llevarnos hasta la periferia de lo razonable, hasta los límites de lo corriente. Para que podamos ver qué hay más allá.
 
Cuentos de la periferia es una antología de quince historias ilustradas muy breves. Cada historia trata una situación o un acontecimiento extraño que tiene lugar en un barrio residencial que de lo contrario podría ser de lo más corriente: la visita de un estudiante extranjero de intercambio del tamaño de una nuez, una criatura marina en el jardín de una casa, una máquina siniestra instalada en un parque o un búfalo sabio que vive en una parcela vacía. El verdadero tema de cada historia es la normalidad con la que la gente reacciona ante esos incidentes, y cómo su importancia se descubre, se ignora o simplemente se malinterpreta.
 
La «periferia» podría referirse tanto a un estado mental como a un lugar: algo cercano y conocido pero también al borde de la conciencia (no muy distinto a «la luna de Valencia»). La periferia se representa a menudo como un lugar banal, cotidiano e incluso aburrido que tiende a pasar inadvertido. Aun así, creo que también es buen sucedáneo de los bosques medievales de los cuentos de hadas tradicionales, un lugar para la imaginería subconsciente. Siempre me ha atraído la idea de la «fantasía» de la periferia, tanto en mi obra como en la de otros artistas y escritores, debido al contraste entre lo mundano y lo extraordinario, que puede tener un efecto divertido o perturbador, y potencialmente, incluso puede convertirse en motivo de reflexión.
También hacía tiempo que pensaba en la idea de crear un libro de historias muy breves, ya que suelo llenar los cuadernos de notas de viñetas extrañas. Un reno gigante garabateado que se cierne sobre un barrio residencial, un cochecito en un paisaje desolado, alguien que limpia un mísil en el patio de su casa, y ese tipo de cosas (los dibujitos de las guardas de Cuentos de la periferia intentan reflejar esos esbozos que surgen con el azar). Mis garabatos suelen ser como pequeñas historias cómicas, concisas y con una narrativa limitada. Y aunque todas mis historias empiezan de ese modo, muchas de ellas no sobreviven a la elaboración necesaria para convertirse en historias más largas. Creo que de ese modo perderían encanto y misterio.


Los cuadernos de esbozos son geniales para el trabajo discontinuo, aunque eso también tiende a hacerlos inpublicables: crudos, torpes, incoherentes y sin ningún tipo de edición. Pero la estructura fragmentaria en sí misma, como idea, me parece interesante. Es algo que ya he explorado anteriormente en El árbol rojo
, un libro que también surgió a partir de viñetas sueltas a las que apliqué una estructura narrativa lineal convencional a favor de la discontinuidad, casi como tema en sí mismo. Las imágenes de El árbol rojo surgieron de muy diversas fuentes de inspiración. De un modo similar, todas las historias de Cuentos de la periferia surgen a partir de garabatos aislados y de ideas articuladas a medias que encontré especialmente intrigantes o accidentalmente poéticas, por una razón u otra. Tiendo a preferir las historias que no puedo explicar completamente.
Como una exposición de pinturas, una colección de historias diferentes también puede evocar un solo concepto colectivo, algo que acabe siendo mayor que la mera suma de las partes. No estoy seguro de que pueda articular ese concepto, y quizás no pueda expresarse fuera de ese libro, en tanto que combinación peculiar de palabras e imágenes, pero tiene algo que ver con mi experiencia vital, ya que me crié en un ambiente residencial de la periferia.


Perth es la capital más aislada del mundo, y nuestro hogar familiar estaba en la periferia norte, que en aquél entonces estaba en pleno desarrollo. Tomábamos atajos atravesando los matorrales para ir al supermercado, a la escuela y a enormes playas de arena más allá de las salvajes dunas. (Tim Winton, que creció en un barrio vecino, a menudo escribe sobre el mismo tipo de paisaje costero.)
Los barrios de la periferia norte parecían el fin del mundo, por aquél entonces. Eran absolutamente normales, pero resultaban liberadores por lo tranquilos y despejados que eran, y no estaban exentos de una extraña belleza. Muchos de los cuadros que pinté durante la adolescencia son grandes lienzos que representan silenciosos paisajes urbanos de la periferia: senderos vacíos, parques sombreados, calles de fachadas vacías, ventanas sumidas en sombras y calles amplias: en definitiva, lo que veía cada día. La otra mitad de mi intereses artísticos se centraban en algo casi contradictorio: la ciencia ficción y la fantasía: extraños mundos más allá de la observación cotidiana. Esto permanece aún en mi obra creativa adulta: la mitad de mi atención se centra en paisajes residenciales normales que a menudo fotografío y pinto, y a la vez paso mucho tiempo dibujando personajes imaginarios y mundos ficticios. Y las dos cosas me fascinan por igual.

 
A menudo busco la manera de tender puentes entre esos dos intereses, una ambición que hago más obvia en Cuentos de la periferia. Muchas de las ilustraciones del libro tienen referencias directas a lugares que he visitado o en los que he vivido, y que están imbuidos de esa misma atmósfera que se encuentra en mis cuadros del «mundo real». Al mismo tiempo, las historias e ilustraciones se alejan de la realidad. Creo que cada historia está teñida de esa diferencia o de esa tensión, que intentan unir realidad y fantasía de un modo honesto y correcto. Como un verdadero «mundo paralelo».
Existe una dialéctica parecida entre mis recuerdos de infancia (y a menudo personajes infantiles), y otras preocupaciones más maduras, más propias de un adulto (como podrían ser la política, las relaciones interpersonales o la filosofía). Por consiguiente, cada historia es una fusión de todos esos elementos: realidad, fantasía, juegos infantiles y reflexión adulta. Creo que muchos artistas se identificarían con esto y reconocerían que el deseo de pintar, dibujar e inventar historias empieza en la infancia y es inherentemente lúdico.


En el libro queda algo reflejada mi manera de pensar. Más allá, intento no explicar demasiado mis historias, ya que eso sólo interferiría en la imaginación de los lectores, que siempre será distinta de la mía. No pienso mucho en el «significado» cuando empiezo a escribir o a dibujar, como tampoco siento ninguna necesidad de definirlas cuando he acabado. Simplemente me motivan una o dos imágenes o conceptos que me interesan desde el principio, que para mí tienen sentido, pero que también son inconclusos y requieren una cierta interpretación. Teniendo en cuenta todo eso, lo siguiente es una recopilación de algunas fuentes de inspiración que responde a la típica pregunta: ¿de dónde sacas tus ideas?

Junto al título de cada historia he añadido también una descripción de la técnica utilizada. Elegí utilizar diferentes estilos y técnicas porque quería tratar cada historia individualmente, como un pequeño universo aparte (que es más o menos como fueron concebidos). Utilicé materiales y técnicas que creí adecuados para la atmósfera de cada cuento, del mismo modo que utilicé referencias a los grabados japoneses, los frescos italianos y la prensa corriente.
 
El búfalo de agua
Este personaje empezó siendo un esbozo de un buey de pie, señalando hacia lo lejos. Luego lo dibujé indicándole una dirección a una niña que llevaba una caja. Más adelante el buey se transformó en un búfalo de agua, quizás porque es un animal que encuentro especialmente enigmático, tranquilo e incluso letárgico, quizás; o inquietante y peligroso, pero por lo general, desconocido para mí.
En esa época yo pasaba a menudo por delante de un solar vacío, lleno de malas hierbas, que era como una pausa silenciosa entre las impecables casas del barrio residencial. Siempre me han intrigado los solares vacíos vallados, como si hubieran quitado algo de allí de repente y se hubieran olvidado de ello. Esa parcela de terreno al parecer «pertenecía» al búfalo de agua dentro de mi cabeza, un lugar en el que podría vivir y prestar un valioso servicio a la comunidad. La historia (y la ilustración final) surgió de esas dos ideas.
Eric
Al principio escribí el nombre Eric debajo de un personaje de cabeza puntiaguda que llevaba una pequeña maleta y que había esbozado en un cuaderno de notas durante unas vacaciones. A menudo dibujo personajes y les pongo nombres corrientes como «Bob», «Dave» o «Alan» (lo encuentro muy entretenido por algún motivo), pero ese «Eric» me pareció especialmente divertido y creíble. Me preguntaba cuál podría ser su historia.
Mucho más tarde, vino a visitarnos a Perth un amigo finlandés. Era un buen tipo, pero muy comedido (algo bastante normal entre los finlandeses) y a menudo no nos quedaba claro si estaba a gusto o no con las salidas que planeábamos. Era muy educado y agradable, pero apenas expresaba su opinión. Por consiguiente, la historia se basa en gran parte en ese tipo de ansiedad que puede surgir cuando alojas a un huésped, así como en temas más generales sobre la falta de comunicación intercultural.
Una segunda fuente de inspiración fue nuestro periquito, que se llamaba Eddie. Era como una personita parlanchina vestida de color azul pastel que deambulaba por la casa intentando encontrar objetos minúsculos con los que jugar, y que constantemente anunciaba su presencia con sus agudos gorjeos, chillidos y parloteos. Una vez combinadas esas dos experiencias, nuestro amigo-huésped finlandés y Eddie el periquito, surgió la idea básica para la historia. El «jardín de la despensa» puede que me lo inspirara la afición que tenía mi hermano cuando era pequeño por crear «jardines de cristales» dentro de pequeños acuarios.
Juguetes rotos
El submarinista de esta historia es una referencia implícita a un episodio de la historia de Australia Occidental que la mayoría de lectores probablemente no conocerán (aunque tampoco es necesaria para disfrutar de la historia). En el siglo diecinueve, una floreciente industria perlífera creció alrededor de la remota ciudad de Broome, al noroeste del estado, lo que atrajo a miles de trabajadores de muy diversas nacionalidades, aunque la mayoría de ellos eran japoneses. El trabajo era extremadamente peligroso: los buzos se enfrentaban a inmersiones, ciclones y al síndrome de la descompresión, que a menudo resultaba letal a pesar de que no acababa de comprenderse por qué en esos tiempos. La mayoría de las novecientas tumbas del cementerio japonés de Broome pertenecen a buscadores de perlas, muchos de los cuales fueron víctimas del síndrome de la descompresión.
La historia Juguetes rotos la desarrollé a partir de un dibujo que hice de un buzo antiguo que se acercaba a una charcutería que estaba en una esquina de mi barrio, lo que naturalmente hizo que me preguntara por qué estaba allí y de dónde venía. Una segunda idea procedía del hecho que, cuando éramos niños, mi hermano y yo a menudo perdíamos los juguetes al otro lado de la verja, en el patio de un vecino, aunque me alegro de poder decir que nunca volvieron seccionados en dos como en la historia.
Lluvia lejana
Esta idea empezó cuando pensaba en las historias judías del Golem, un ser artificial hecho de barro que podía cobrar vida si se pronunciaban o escribían unas palabras («golem» en hebreo significa «masa informe», como también «indefinido» o «imperfecto»). Esto me llevó a la idea de un ser hecho con palabras, especialmente las que se escriben en trocitos de papel que se acaban tirando o perdiendo. Al final la historia evolucionó hacia algo parecido a la narrativa de los documentales de animales, y el «ser de papel» simplemente se convirtió en una gran bola con una especie de vaga conciencia propia.
Un segundo punto de referencia: mi padre trabajó como arquitecto antes de la era digital, cuando todo se dibujaba a mano sobre grandes hojas de papel vegetal que se fijaban a la mesa con pequeñas tiras de papel adhesivo. Tenía la costumbre de unir todos los trozos usados de cinta adhesiva hasta formar una sola masa, lo que con el tiempo pasaba a tener el tamaño aproximado de una pelota de softball que siempre tenía junto a la mesa de dibujo (hizo varias a lo largo de los años). Una vez que mi padre dejó su trabajo en una oficina, sus colaboradores habían pintado en secreto una de esas bolas de cinta adhesiva de color dorado, la montaron sobre un bloque de madera y se la regalaron a modo de trofeo. Eso me impresionó profundamente como niño, el hecho de ver ese objeto extraño en la estantería del salón, que de algún modo tenía un significado especial pese a estar hecho con «basura».
Resaca
Una fuente de inspiración para esta historia fue una visita a Shark Bay, una ciudad del norte de Australia Occidental conocida por sus simpáticos delfines salvajes (en Monkey Mia), pero también por una colonia de dugongs, un extraño mamífero marino parecido a un manatí. Otra más fue un recuerdo de infancia, de un chico que vivía cerca de nuestra casa y al parecer se pasaba casi todo el tiempo lanzando una pelota de tenis contra la pared de ladrillos de un cobertizo de nuestro parque local. Era una visión sombría y melancólica que permaneció inalterada durante muchos años, como si el chico estuviera atrapado en una especie de purgatorio periférico.
La historia del abuelo
La boda de un amigo me hizo pensar en lo extrañas que son las bodas en occidente, especialmente esa costumbre pasada de moda que consiste en atar objetos (normalmente botas y latas) a la parte trasera del coche de la pareja. Puede que esa tradición tenga algo que ver con la idea de ahuyentar a los malos espíritus.
Otra experiencia que le da forma a esta historia tiene que ver con una vez que mi familia participó en un juego de pistas cuando yo era muy pequeño. Estuvimos conduciendo por todo Perth en nuestro viejo Datsun y tuvimos que responder a una lista de preguntas (como, por ejemplo, ¿qué pone en la valla publicitaria que hay junto al puente?). No tengo ni idea de qué fue lo que motivó esa aventura, probablemente el premio para el que llegase primero era que podía volver antes a casa. Mis padres y mi hermano, al parecer, no se acuerdan mucho de ello. Yo lo único que recuerdo es que nos perdimos y que hubo una bronca descomunal entre mi padre y mi madre acerca de lo vagas que eran las instrucciones de uno o lo mal que leía los mapas el otro, lo típico de los viajes familiares, vaya.
En el cuaderno de notas empecé a hacer pequeños dibujos de una pareja recién casada dentro de un coche viejo que se encontrarían con un montón de problemas que los pondrían a prueba, muchos de los cuales tendrían como resultado las ilustraciones finales que forman la parte media sin palabras del hilo narrativo. Me gustaría que las parejas que mantienen una relación fueran capaces de identificarse en algunas de esas escenas. Para mí tienen un cierto sentido mitológico, una referencia a historias antiguas que tienen que ver con el rito de la travesía del desierto, o de la superación de lo salvaje para ascender a un nivel superior de conciencia. En este caso, la acción tiene lugar más allá del límite de la periferia, pasada la última línea del ferrocarril, en un lugar peligroso sin lógica ni comodidades.
Ningún otro país
Hace muchos años tuve varios amigos y vecinos italianos, pero no sabía casi nada de su contexto cultural. Ha sido recientemente cuando he tenido la oportunidad de visitar Italia y he vuelto con una mayor conciencia de la larga y compleja historia de ese país, tan evidente en los paisajes urbanos y rurales. Desde entonces he pensado mucho en las diferencias existentes entre las ciudades australianas y las europeas, en cómo debieron de sentirse las oleadas de emigrantes mediterráneos que durante los años cincuenta llegaron a Perth, que no era precisamente la ciudad más cultural o cosmopolita del mundo, y en cómo debieron ser tratados como ciudadanos de segunda. Eso es algo que empecé a investigar para otro libro, Emigrantes.
Una vez leí una historia de un inmigrante que hablaba de «la maldición de los dos países». Se refería a la tendencia a idealizar la patria ante los problemas y desengaños experimentados en un lugar nuevo en el que «nunca se está tan bien como en casa». Y aun así, cuando volvió a visitar la ciudad italiana de su juventud siendo ya anciano, se dio cuenta de que en realidad no era el lugar nostálgico que había construido con sus recuerdos (que obviaba ciertos defectos y molestias). Además, se había transformado mucho debido a los cambios sociales y tecnológicos, hasta el punto que su «antiguo país» ya sólo existía en su imaginación. Mi relato se inspira en esa situación, en esa «maldición de los dos países», como también en la bendición simultánea: la oportunidad de crear un paisaje interior fruto de la imaginación, el «patio interior» del inmigrante.
Hay dos fuentes de inspiración más para esta historia: el hecho de que nuestro árbol de navidad de plástico realmente se deshiciera en el desván de nuestra casa (debido a un intenso verano de Perth); y una visita a Santa Maria Novella, en Florencia, que tiene un claustro tranquilo que no es muy distinto del patio interior de mi ilustración.
Figuras de palo
Esta «historia» tiene una fuente de inspiración muy interesante: una gran instalación exterior junto a una autopista de Laponia llamada «Los Silenciosos». Es un campo en el que hay setecientas figuras, una especie de espantapájaros hechos con una cruz de madera, vestidos con ropa de segunda mano y con un terrón con hierba como cabeza. El efecto que producen es a la vez divertido e inquietante, como enigmáticos seres o muñecos ancestrales.
Todas las ilustraciones de esta historia representan el entorno inmediato de mi infancia y adolescencia en los barrios periféricos del norte de Perth. La gente que vive allí lo reconocerá de inmediato. Es un paisaje extenso, inhóspito, que me ha atraído como tema para mis cuadros durante años. Cuando tenía unos veinte años pinté muchos paisajes urbanos, calles locales habitadas tan sólo por cuervos. A veces los cuervos luchaban entre ellos o se agrupaban sobre los cables del suministro eléctrico, pero la mayoría de las veces simplemente estaban por allí, como si estuvieran esperando a que ocurriera algo (esos largos y lamentosos graznidos durante las áridas tardes constituyen la banda sonora de mi infancia).
Figuras de palo es una combinación de esas dos ideas, los cuervos y los Silenciosos lapones, pero por encima de todo cuenta cómo me hace sentir el hecho que los campos sean arrasados tan rápidamente y a tan gran escala para abrir carreteras nuevas y para construir casas y centros comerciales. Parece que a menudo, quizás demasiado, se construye sin tener en cuenta el paisaje natural: simplemente se lo llevan por delante como si jamás hubiese existido, y lo sustituyen por una cultura amnésica. Uno de los pocos vestigios de los bosques originales son los grandes eucaliptos de los parques, antiguos centinelas de los que tienden a dejar caer largas y angulosas ramas de vez en cuando. Si las pones de pie, a veces parecen figuras humanas.
La fiesta sin nombre
Esta idea surgió cuando pensaba en un posible contrapunto a la Navidad y a cualquier otra tradición que implique recibir regalos en una determinada época del año (especialmente si los reparten animales o seres fantásticos). Me preguntaba si tendría algún valor una celebración que requiriera un sacrificio equivalente: en lugar de hacer una lista de lo que quieres, tienes que pensar en lo que estás dispuesto a perder. También me gustó la idea de una celebración extraña sin una fecha fija en el calendario, que pudiese ocurrir en cualquier momento de agosto u octubre, pero que por algún extraño motivo, nunca pudiese caer en el mes que hay en medio.
Las Navidades en Australia son una experiencia surrealista; se trata de una tradición europea trasplantada en la que intervienen renos, nieve, asados, acebo, puddings, trineos y otras cosas que resultan más bien extrañas en las antípodas, donde por Navidad suele hacer un calor sofocante y la única «nieve» que los niños llegan a ver es la que sale de los sprays o la escarcha de los congeladores.
La máquina de la amnesia
Esta historia surgió como consecuencia de un artículo aparecido en un periódico, con una foto de un enorme módulo prefabricado de una refinería de petróleo o de gas que estaban transportando por una calle de una ciudad rural mientras la multitud observaba la escena. Recorté esta imagen, la pegué en un viejo cuaderno de notas y dibujé diferentes versiones de ella, pero acabé perdiendo la referencia inicial. La foto original tenía un pie de foto que comentaba el aspecto del objeto, parecido al de una nave extraterrestre, pero pensé que si se trataba de un objeto fabricado por el ser humano el concepto resultaría mucho más siniestro e intrigante. Especialmente si su objetivo era tan secreto como públicamente visible era su presencia.
Hace tiempo que tengo en la cabeza la expresión «máquina de la amnesia» o «fábrica de amnesia» como un modo de describir las campañas políticas y las elecciones, por el talento que demuestran en el ancestral arte de la distracción, la omisión y la ofuscación, además de resultar ser una tapadera mediática de temas políticos polémicos (como por ejemplo los refugiados, la guerra y el racismo), el auge del neoconservadurismo y otros aspectos alarmantes de los medios de comunicación, como su control, su parcialidad o sus conflictos de intereses. No se trata tanto de una conspiración como de un fracaso de la actitud crítica y de la apatía pública. Tenía muy presente un libro de Don Watson, Death Sentence: The Decay of Public Language [Sentencia de muerte: El declive del lenguaje publico] (sobre la reciente proliferación de un «discurso corporativo» banal en Australia); los cuadros de Jeffrey Smart, especialmente uno titulado «Factory Staff, Erehwyna» [Personal de la fábrica, Erehwyna], que también muestra una máquina de fondo que no presagia nada bueno, operada por un equipo de ciudadanos de la periferia resignados y enajenados.
Alerta pero sin alarmarse
Se trata de algún modo de la otra cara de la moneda de La máquina de la amnesia, y sugiere que la gente normal puede mantener un escepticismo sano respecto a la autoridad. El título procede de una campaña del Gobierno Federal Australiano que advertía a los ciudadanos para que se mantuvieran «alerta, pero sin alarmarse» respecto a una amenaza terrorista sin precedentes que tuvo lugar como resultado de nuestra participación en la guerra de Iraq. Mucha gente se mostró crítica con ello, tenían la sensación de que intentaba inspirar una paranoia pública y, a la vez, mitigarla e incluso legitimar algunas decisiones y concesiones gubernamentales cuestionables.
No obstante, la verdadera idea que dio origen a esta historia surgió de una anécdota que me contó un taxista mientras me llevaba al aeropuerto. Me describió un incidente ocurrido en el Líbano: un misil defectuoso acabó en medio de una ciudad de un barrio periférico, y los vecinos aprovecharon para llevárselo a casa, desarmarlo y venderlo como chatarra. Eso provocó una segunda escena en mi cabeza: unos niños encontraban un misil que no había explotado y lo convertían en una cabaña con forma de «cohete espacial». La historia y la ilustración definitivas evolucionaron a partir de esa idea germinal.
Velatorio
Igual que El búfalo de agua, esta historia surgió de una ilustración acabada que desarrollé a partir de un esbozo conceptual descartado para un álbum de rock de una banda de Nueva York. Acumulé muchísimos esbozos rechazados durante un tiempo en el que solía aceptar muchos encargos, pero lamenté especialmente que me rechazaran éste porque la imagen me parecía muy evocadora.
Cuando veo distintos tipos de perros de diferentes tamaños, no puedo evitar pensar en los lobos ancestrales y en lo lejano que podría estar el recuerdo de su instinto dentro del cerebro de un perro doméstico. Los perros son, por naturaleza, animales gregarios, aunque suelen vivir solos, limitados por el minúsculo territorio del jardín de una casa de la periferia de la ciudad. No puedo evitar creer que al haber alejado al perro (y a cualquier otro animal doméstico) de la naturaleza tras siglos enteros de domesticación, los humanos tienen el deber especial de cuidarlos, y que cualquier negligencia conciente al respecto es imperdonable.
Haz tu propia mascota
Éstas son las ilustraciones más viejas del libro, las hice originalmente para una colección destinada a recaudar fondos para la RSPCA que se llamaba Animal Scraps: a bumper book of animal stories [Trozos de animales: un libro extraordinario de historias animales] (Omnibus Books, 2003). Se pidió a diferentes ilustradores y escritores que contribuyeran con una anécdota u observación de su mascota o animal favorito. Al principio empecé a escribir algo sobre mi gato Punji, mi pequeño cimarrón, casi siamés, corto de vista, medio sordo y generalmente neurótico. A pesar de todo eso, me hizo mucha compañía durante los casi doce años que compartimos, durante los que pasó la mayor parte del tiempo sentado junto a mi mesa de trabajo. Lo adopté tras ver un anuncio en la prensa local, procedía de una familia que ya no lo quería. Cuanto más pensaba en Punji, más lo veía como un «reciclaje», y me di cuenta de que era un tema ideal para la RSPCA, que se dedicaba a ofrecer un nuevo hogar a los animales abandonados.
Mientras trabajaba en ese proyecto, mi vecindario celebraba una «feria de trastos viejos» que duró una semana, por lo que había montones de chatarra y cachivaches interesantes por todas las aceras (¡y yo no puedo evitar buscar algo útil entre todo ello!). Los paralelismos entre la gente que tiraba objetos que en otro tiempo habían comprado con entusiasmo y la adopción de mascotas «de segunda mano» me pareció demasiado obvia como para ignorarla.
La expedición
Hace años hice una pequeña ilustración de dos chicos mirando por encima del borde de un acantilado que aparecía en medio de un paisaje periférico, algo parecida a esas visiones del «borde del mundo» de los días en los que los marineros creían que la tierra era plana. Por consiguiente, esta historia empezó con un final y no puedo evitar identificar en los dos personajes a mi hermano (un año mayor que yo) y a mí mismo. Igual que en la historia, a menudo solíamos discutir acerca de conjeturas triviales. Yo también tuve guías de calles a las que les faltaban páginas esenciales, lo que me sugirió la idea de un mapa inconcluso.
Cuando éramos unos niños, mi hermano y yo una vez volvíamos a casa y tuvimos que atravesar dos o tres barrios periféricos a pie puesto que no disponíamos de ningún medio de transporte debido a huelga de autobuses. La travesía me pareció eterna y realmente me hizo pensar en la escala de los barrios periféricos, no sólo en su tamaño, sino también en su incesante repetición de ideas: el aspecto de las casas, parques, tiendas, así como de las calles, todas iguales y aparentemente infinitas. Ésta es la historia que, en mi opinión, mejor captura el sentimiento de haber crecido en una periferia residencial y las fronteras psicológicas que pueden crearse cuando uno pasa demasiado tiempo en cualquier sitio (no salí mucho de Perth antes de ser adolescente). Cuando tienes todo lo que necesitas en tu ciudad y la experiencia es rutinaria, puede resultar difícil imaginar otros lugares o maneras de vivir: el mundo entero parece pequeño, compacto.
La noche del rescate de las tortugas
Esta imagen-historia también está inspirada en parte en la obra de dos amigos míos, Gerald y Guundie Kuchling, que han dedicado mucho tiempo y esfuerzos a rescatar tortugas cuyas vidas estaban en peligro. La imagen, no obstante, surgió separadamente como un esbozo de un coche pequeño perseguido por un enorme y amenazador camión por una zona de polígonos industriales (más allá de la periferia) en plena noche. Me pareció una escena propia de una pesadilla, o un intento de fuga del infierno. El hecho de añadir a las tortuguitas en un asiento trasero también sugería el intento de rescatarlas. ¿Cómo y por qué? ¿Y qué ha estado ocurriendo con las tortugas? Todas esas preguntas parecen aún más interesantes si de dejan sin respuesta,
Muchos de nosotros somos concientes del dilema que comportan ciertos activismos sociales, políticos o ecologistas: uno puede llegar a invertir mucho tiempo y pasión en proyectos cuya recompensa o repercusión acaba siendo dudosa. E incluso la misma causa podría haberse cuestionado: es fácil perder el entusiasmo cuando te encuentras ante algo insuperablemente extraño, y eso es aplicable a muchas situaciones de la vida.
El peligro real de la vida en la periferia es la complacencia, y es fácil olvidar que nuestro estilo de vida consumista y expansionista está directamente relacionado con las grandes industrias y las consecuencias que eso tiene sobre el hábitat del resto de animales. Nuestras vidas transcurren bastante ajenas al mundo natural del que dependemos continuamente, tanto geográficamente como psicológicamente, y eso es algo que trato en muchas otras historias de esta recopilación, es un cierto sentido de ruptura o de desconexión. La siguiente cuestión es cómo podríamos reconocer y responder a eso.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario