El libro de cuentos más bonito del mundo mundial, creo que fue por este libro por el que yo me aficioné a la lectura, donde comenzó mi pasión por los cuentos.
Es el libro más antiguo (en lo que se refiere a mi posesión) que guardo, lo recuerdo de siempre, y guarda las huellas de mi infancia, no tiene tapas, le faltan las primeras páginas y todas las que estaban ilustradas a color, tiene mi firma, mis dibujos...
No sé cuántas veces pude leer y releer este libro y hará unos quince años lo llevé a reparar, me pegaron las hojas rotas y le pusieron tapas nuevas, eso sí, me negué a que borraran las otras "marcas".
Desde que nació el niño no he vuelto a leerlo, porque quiero hacerlo con él, quiero que disfrute con él como lo hice yo, que se emocione, que casi llore, se enternezca, se indigne, se ría... Porque todo eso y más fue lo que me regaló esta magnífica selección de cuentos sobre animales.
No quiero hacer ahora una reseña personal al respecto, prefiero hacerla tras la lectura con Beltrán. Porque hoy, he recibido un paquete muy especial, una edición nuevecita, con todas sus páginas e ilustraciones y se lo he regalado.
A Beltrán le he dicho, que es un libro muy especial que yo leí y releí a su edad, que hay que leer despacio para disfrutarlo, pero que hay que tener una sensibilidad de las buenas buenas para poder apreciarlo. Le he mostrado los dos libros, primero el mío, hemos pasado las páginas, ha visto mi firma, mis monigotes, las páginas rotas, el cuento inexistente, el siguiente "in media res", y lo hemos comparado con el suyo. He logrado contagiarle el entusiasmo y dice, que aunque empezará por el nuevo, prefiere leer el mío.
Un ratito de felicidad.
Uno de los cuentos:
Juan tiene dos años y medio. Es precioso, divertido, imaginativo y muchas cosas más que no puedo decir porque el niño me toca muy de cerca.
Ha empezado a jugar, como han jugado los niños de la casa, con la sufrida bandeja de plata del juego de café.
Es su barca… ¿Y qué objetivo más acertado puede alcanzar una bandeja?
No hablo con su lengua de trapo; no lo entenderíais más que a medias, pero yo le entiendo todo.
-Esta es mi barca; debajo hay cocodrilos –afirma con toda seriedad.
-Ten cuidado, no te caigas al agua - le digo solemnemente.
-No me caigo nunca.
Hoy ha venido con las manos puestas una encima del huevo de la otra, como una doble y rosada concha.
-Un señor me ha dado este perro.
-¡Qué pequeño es!, cabe entre tus manos. ¡Mira cómo mueve la cola! –he comentado.
-También mueve los ojos y las patas.
-¿Cómo se llama?
-Se llama “Mío”.
-Es un bonito nombre. ¿Me dejas que lo tenga un rato? Me parece que le gusta el calor.
Magnánimamente, Juan me ha dejado el perro.
“Mío” ha pasado de mano en mano y el niño contemplaba con ojos posesivos el traslado.
-Tendremos que irnos –ha insinuado la madre.
-¿Quieres dejar aquí tu perro con el nuestro? Se harán amigos.
-Me quiere sólo a mí; me lo llevo.
Y se ha llevado al perro imaginario, apretándolo contra su mejilla.
-No lo dejes caer.
-No, mira qué bien lo agarro –y ha apretado las manos.
Y se han ido, el niño en brazos de su madre y el perro imaginario en brazos del niño.
Y de repente la casa me ha parecido vacía.